El Espejo Ciego

Armando Reverón o la estética de lo imposible

            In this brief essay of one of the “objects”, the mirror, made by artist Armando Reverón, I aim to elucidate a new theory of art, or a new esthetics, based upon the discovery of a non-psychological subjectivity or a non-imaginary psychology in the oeuvre of, perhaps, the most important Venezuelan painter.  

 

Reverón, al igual que Goya, es artista de lo grotesco, lo satírico, la noche, la mueca, la muerte, lo siniestro: aquello que constituye al acontecimiento, simultáneamente, más familiar y extraño: lo izquierdo o torcido presente, porque siempre ausente, del espejo. Lo siniestro (heimlich) que habita las cosas cotidianas, las cosas mismas. Para Cintio Vitier: “Lo raro es lo insólito; lo extraño emerge de lo común e indiferente”. Así es el espejo de lata de Reverón[1].

    Reverón pinta donde la luz disuelve la imagen, la figura: a ciegas. Se mete a inventar un lugar, un sitio, para desde las sombras volver a las figuras inventadas por él; los objetos, sus muñecas. La luz, al mediodía, arrasa, difumina la figura. Lleva al traste con todo, manda al diablo, apiñados los universales de la razón o sin razón. Desde la tierra, el mar…

    “Reverón es el único venezolano que ha podido vivir sin la cultura occidental”, ha dicho Picon Salas. Reverón renuncia a la cultura occidental. Los placeres de la radio, la nevera, para retornar a lo matinal, a lo heterogéneo naciendo, la materia cruda, la tierra, el mar… Para desde allí vivir desde 1923 hasta su muerte en 1954, una experiencia intensa real-izadora.

    Inventa un mundo precario (¡el mundo es siempre precario!), mundo poblado por personajes raros, extraños, de objetos conjurados y de conjuros, objetos feos que se resisten furiosamente a ser decorativos, son irremediablemente repelentes al gusto, al confort. Reverón sale de su mediodía, como quien sale de los baños turcos, con los poros más abiertos y limpios, desintoxicados de todo lo in-corporado, quedándose en blanco. Al igual que San Francisco, Reverón sólo se quedó con su vestido de tierra, apenas y nada más barro. La humildad en su método, humildad como la del artesano, que no puede prescindir de la materia, de la resistencia inevitable de la materia, para así alcanzar, del respetuoso desconocimiento de la resistencia, nuevas gravitaciones; la realización[2]

    El sol, el mar, el salitre, el mediodía en el enceguecimiento de esa densidad blanca lo hace desaparecer en la luz (con sus colores), para ir al refugio de sombras y parir otra luz y allí producir las imagines con sus objetos. Rompe el espejo de Narciso. El agua deja de ser espejo, deja de reflejar la objetividad, lo claro y seguro del agua.

    Las aguas de Narciso, su espejo, aguas estancadas, fotográficas. Narciso se entrega a las aguas, pero no al mar tumultuoso: al caos .Para Lezama Lima en Muerte de Narciso:

 

“Desde ayer las preguntas se divierten o se cierran al impulso de frutos polvorosos o de islas donde acampan.

Los tesoros que la rabia esparcen, adula o reconviene.”

 

    La flecha se detiene, pierde su vuelo, se cierra, no va al infinito. Se pierde en la belleza de su imagen, sin rebasarla, la cree su única verdad, su única meta apetecible: ¿muerte?

    Las aguas, el salitre, el espejo de Reverón arden. En su espejo todo espejo se hace opaco, traga luz. No refleja: no ve. Cierra los ojos para no ser reproductor de lo que ve. Propicia la disolución de la estructura de espejo re-creador. Rechaza la condición de imaginante pasivo, poniendo en cero su imaginación, y sacar de allí, sus objetos, sus pinturas, sus muñecas, sus mujeres. No se somete a ninguna cosa, daba: no acepta ninguna imagen preestablecida (fotografiada) del paisaje eterno de lo mismo. Por eso rompe el espejo que fijo fija con sus ficciones. 

    Se revela con su espejo ciego, de-lata todas las poéticas, estéticas re-productivas, megalómanas. Reverón sale del armario de las verdades prefabricadas, de lo conocido y busca más allá de los ojos, a tientas siempre. No le importará que las cosas desaparezcan en la noche, su noche propia, lo que se busca no está, pero se busca siempre más allá del escaparate de nexos, vínculos conocidos, visibles o invisibles.

            Para Rensolí y Fuentes en su ensayo: “Lezama Lima. Una cosmología poética”: 

“Es la ruptura de un casualismo al que la lógica común nos acostumbra y nos enfrenta a la perplejidad de esos enlaces ocultos que encierran la sospecha de la infinita posibilidad de la poesía”.[3] 

    Reverón se lanza a lo ignoto, a plasmar desde su angustia el Universo. Universo en movimiento, en constante fuga hacia eso… Al abrirse al Universo; lo real, rompe lo especular, los nexos lógicos, los hace añicos. La obra de Reverón, no pretende lo real, no pregunta; responde, realizado, haciendo como el alfarero y su torno al barro: obra. Toda siembra profunda, decían los taoistas, es en el espacio vacío. Este vacío abre lo posible. Reverón al igual que Mallarmé  no es nihilista. Dirá Mallarmé: “Después de haber encontrado la vacuidad, encontré la belleza”. No es la renuncia simple, sino la renuncia como un método de liberación.

    El espejo ciego de Reverón habla desde la superficie del universo. Es quitarse los ojos como acto inaugural. Muestra sin reflejar, sin luz. Mira desde lo que no se ve, lleva la noche atrás. Es la mirada como objeto. Dirá Cintio Vitier, a propósito de las Meninas de Velásquez; (Reverón dio su versión de Las Meninas, pero desde el otro espejo).

“Todo es inútil. Yo lo estoy viendo, sólo y oculto detrás del cortinaje tenebroso de la clandestinidad, como la revelación incomprensible que estaba prohibida mirar. ¿Por qué? Porque contiene en cifra la suma de las cosas, el computo de lo real y lo imaginario, la súbita cuantificación de lo que el ojo sólo puede ver, de la primera a la ultima generación, en aleaciones sucesivas. Pero mi castigo consiste en que por más que miro y remiro desde mi cámara oscura, no doy con la clave que haga girar esa caja de caudales”[4]            

    Por esa vía, la misma de Narciso, por supuesto que es inútil. Es dar entrada a un poco de caos y abrir una luz repentina, una visión que surge de una rasgadura. Para Deleuze y Guattari: “El arte lucha contra el caos para hacer que surja una visión que ilumina un instante…”[5] Lo propio del arte es pasar por lo finito y volver a dar con lo infinito. El pintor el artista, pretende encontrase siempre con un mar abierto.

“…si la naturaleza es como el arte, es porque conjuga de todas las maneras estos dos elementos vivos: la casa y el Universo, lo heimlich y lo unheimlich, el territorio y la desterritorialización, los compuestos melódicos finitos y el gran pleno de composición infinito...”[6]

    El Universo, o la estética de Reverón, es el acto hacedor, obrando siempre desde lo real. El espejo ciego, de lata. Un nuevo imposible: lo imposible posibilita. El armario infinito, sin cierre, el hueco, el vacío, el sujeto. Según Lacan, el sujeto no tiene identidad, el pasar por el significante se convierte en un puro lugar o puro pivote de un cálculo:

“Ejemplo de ello es la teoría de los juegos, mejor llamada estrategia, donde se aprovecha el carácter enteramente reducido a la formula de una matriz de combinaciones significantes”[7]

    Sujeto de estrategia, sujeto del otro o la sede del puro sujeto del significante. Es, porque inmaterial, el (-1) impronunciable. El sujeto atravesado por el significante está organizado desde el orden del lenguaje aunque en el plano imaginario se sienta su señor.

    El sujeto es la división misma. Un inasible. Es la relación (ergo). El sujeto no está en ningún lado es una función, es decir, lo que hay entre verdad y saber es el sujeto y sólo él produce la diferencia de estos. No se puede decir nada sin introducir la nada en el decir. Y para explicar eso toda referencia humanista es inútil, pues no se puede suturar la división sin dividir el problema, al infinito. El deseo es de sí mismo. El sujeto es el conjunto vacío, véase  ] ø [. Es algo que se rellena con un no saber que condensa esta división: la metáfora. 

            Es dejar fluir el “conjunto vacío” que es el sujeto: pura metonimia. La lógica del significante se descubre como lógica del deseo.

    El espejo ciego, blanco de Reverón, conjunto vacío, entre verdad y saber según Lacan, no es sino contingencia. No se rellena, no se sutura, no hay inyección, ni condensación. No es metáfora. Es deseo puro, puro fluir. Deseo que está más allá de la ley del mundo. Es otra Ley la que determina el deseo de Reverón en su “Espejo Ciego”, es el desear sin objeto, al desear fuera del mundo de cualquier mundo. Se lanza a la Cosa, se hace cosa. El Espejo Ciego, ausencia de todo objeto, de todo objeto deseado. El espejo ciego de Reverón es deseo sin objeto. Está más allá del espejo cóncavo, circense de Francis Bacón. Este último no lleva hasta sus últimas consecuencias, se queda haciendo contorsiones en la des-figuración, su deseo sigue atrapado en las metáforas, no llega a lo figural sin imagen de toda figuración y representación. El Espejo Ciego de Reverón no es más que el blanco sobre el que nada aparece pero hace aparecer, el universo, blanco o no.

“Es la blancura, propiamente hablando, sublime (sublimes) justo por debajo del limite más allá del cual nada es figurable. La blancura sublime es la figuración de lo que hay de infigurable; y el deseo puro es el deseo de esta blancura” sublime. El deseo puro, es el deseo blanco”[8]

    El espejo ciego de Reverón, no fija, no chantajea. Disuelve al yo y a todos los amos  que cierran el corchete. Es vacío pleno, vacío imposible. El método de Reverón es restar, borrar, todo contenido (objeto) de la realidad, de tal modo que lo único que queda es un espacio vacío. Para Slavo Zizek: “Por lo tanto, lo real hace las veces en este caso del espacio vacío, de la estructura de una construcción simbólica.”

    Reverón con su obra responde no interpreta. Opera así, como la matemática, el poema, responsable de sí, sin autoridad. La plástica de Reverón:

“…Corroe, arruina, desplaza, suplanta los significantes amo, lo que por otra parte da lugar al rechazo de identi-ficaciones que promueven pasiones identificatorias”.[9]

    En cuanto al imposible, Freud dirá, hay represión porque se habla, entonces el goce no conviene, el sujeto está impedido de ser Narciso, destino al que el amor aspira. La Ley superficie del espejo impide la reunión gozosa con el otro que continua…que siempre es otro (¿la orilla?).

    Reverón no se quita la máscara ni siquiera al día siguiente del carnaval, vive en una fiesta infinita, entre sus fantasmas (ahora más reales). Exige en su contienda hacedora, desobediente, esa ingratitud, esa angustia, esa ausencia de piso… ¿Cuál piso? ¿Cómo si hubiese alguno? Para Reverón todo es espectáculo, como un todo, donde los modelos, las muñecas, los pájaros de papel, sus objetos, su jaula, desde las sombras de luz se guiñan los ojos, llenos de una extraña súbita vida.

    Lo siniestro en Reverón es que sus imágenes, sus muñecas, desde su espejo ciego, en sus cuadros son más reales que su amado y siempre mismo rostro de Juanita. Siniestro es la inquietante extrañeza frente a la reaparición de lo familiar. Los sueños, el síntoma, el acto fallido, ellos no aproxima a el yo anonadante; también el hecho estético es siniestro, produce el desvelamiento sorpresivo de un saber que al definirlo se desvanece. Dirá Borges: “La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas que el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares quieren decirnos algo; esta inminencia de una revelación que no se produce, es quizás el hecho estético”.[10]

    Ese sitio, ese lugar, de insurgencia estética, fue el taller, la cueva, el caney donde Reverón nos mostró para abrirnos… ¿los ojos? Desde su espejo ciego, sin atravesarlo: lo imposible, siempre un otro: la positiva negatividad de la nada.

“A las siete de la tarde 

sigue su curso el juego interminable 

el mono mira crecer su sombra 

hasta cubrirlo todo.

Los dados en la mesa 

no se ven”[11]

    Reverón, al igual que san Francisco de Asís, lo dio todo, porque lo deseó todo, deseo imposible: lo real imposible. Pero existe algo peor que lo peor: desear los significantes que nos roban las cosas de los ojos. El espejo ciego, blanco, propicia un claro que deja ver, un acto. La mirada como objeto, más que el simple objeto en la mirada, nos abre al Universo, deseo sepia, sin figura, sin imagen. 

 


Roberto Ortuñez: Ensayista, licenciado en educación de la Universidad Central de Venezuela

[1] Entre los muchos objetos ficticios que decoraban su morada – “el castillete” –, hechos por él mismo se encuentra un “espejo” de laminas de latón sobre una tabla de madera. Ver el trabajo de Jhon Elderfield, “El espejo” en Varios Autores,  Armando Reverón, el lugar de los objetos, Caracas, Fundación  Galería de Arte Nacional, 2001, pp. 87-115

[2] Guillermo Meneses, “Prologo” a Reverón de A. Boulton. Caracas, Macanao, 1979.

[3] Lourdes Rensoli: Ivette Fuentes, Lezama Lima: una cosmología poética. La Habana, editorial Letras, Cubanas, 1990.

[4] Cintio Vitier, La Luz del Imposible. La Habana, Ucar, 1957.

[5] Gilles Deleuze y Félix Guattari, ¿Qué en la filosofía?, Barcelona, Anagrama, 1994.

[6] Ibidem.

[7] J. Lacan. Escritos. México. Siglo XXI, 1979. 

[8] Bernard Baas. Ornicar 43, Paris, 1987

[9] A. Miller. El Paso del psicoanálisis hacia la ciencia: el deseo de saber. En Freudiana, 6, Barcelona, 1998 

[10] J. Borges. Otras Inquisiciones, Buenos Aires, Alianza, 1994

[11] Víctor Pereira. Escritura Fija, Caracas, Poiesis, 1988