Si el mundo amaneciera cuerdo un día,
pobres anochecieran los plateros,
que las guijas nos venden por luceros y,
migajas de luz, jigote al día.
Francisco de Quevedo
Quizás la clave para entender nuestro tiempo e historia está en aquella respuesta de Martí dada a Nicolás Heredia cuando éste le aseguraba “que en la atmósfera de Cuba no existían los síntomas visibles de las tempestades que el soñaba”, respondiéndole Martí, esto lo recuerda Heredia en 1898:
“Pero usted me está hablando de la atmósfera y yo le hablo del subsuelo”
Palabras enigmáticas y oscuras para la racionalidad instrumental habituada a fáciles claridades y hoy más que nunca al convertirse ésta en un aparato de respuestas prefabricadas que cumplen con las ordenes de la ortopedia tecnológica y social. La razón hábil para operar alumbrada, forzuda, es torpe para pensar, intuir lo grave, la extrañeza, lo que no se ve con los ojos ni con la mente (expertos éstos en imágenes y ecuaciones).
Martí más que explicar, deducir modernamente, señala, muestra, barrunta, poetiza lo propio de NUESTRA AMÉRICA: lo telúrico. Arrebatado por el calor de la tierra, del subsuelo muestra la forma de acceder, así sea por inmersión, nadando o tanteando, a aquello que nos forja y constituye, eso que nos hace ser lo que somos y seremos y nos acecha desde lo inmemorial . En el subsuelo, en lo profundo de nuestra tierra están no solo las causas históricas y sociales, lo naciendo heterogéneo, sino también, el tuétano del ethos americano: su atanor. En el subsuelo están regadas, diseminadas las semillas de nuestros pueblos: sus mártires con sus cuerpos destrozados hechos trizas, pero siempre rebeldes y alborotados. Bajo nuestros pies corre aún la sangre derramada por indígenas y héroes.
Sangre que arde, líquida e inquieta. Sangre que se negó desde siempre a hacerse piedra. Toda sangre detenida, fija, es piedra que maldice. La sangre, lava aborigen, no odia, ni es resentida, sino savia incendiaria.
Jules Michelet, en su libro de 1846 “El Pueblo”, decía al oponer el calor a la luz, que todo acto de incubación es un fenómeno de profundidad, mientras que la luz fenómeno de altura tiene una naturaleza gélida, es estéril, no engendra. El calor de abajo es signo de masa, multitud, pueblo. Pueblo cuyo corazón late oculto con más fuerza abajo.
Los pueblos de NUESTRA AMÉRICA no ma-duran, brotan, irrumpen súbitamente, es porque las entrañas de la tierra aguantan las ganas por mucho tiempo y de súbito, sin causa visible, inesperadamente pare todo de una vez. Así somos, salidos de nosotros mismos, venidos de nosotros mismos. Nuestro carácter, nuestra libertad original viene de si misma. “Yo nací de mi mismo”, dirá Martí. Irrumpimos libre desde nuestras semillas. No es casual que Martí finalice “NUESTRA AMÉRICA” con la imagen del Gran Semí, en su condición de energía sembradora, que evoca a su vez de la tradición de los Tamanacos, el mito del creador del género humano y de la formación del mundo después del diluvio: al Padre Amilavaca, personaje mitológico fundamental de la América Bárbara , de la América de los Tamanacos y Caribes. Cuenta la leyenda de los Tamanacos que UN DÍA HUBO UNA GRAN INUNDACIÖN en que se ahogaron todos, con la excepción de Amalivaca y su mujer, quienes se refugiaron en una montaña elevada llamada Tamacú. Desde allí ambos arrojaron por sobre sus cabezas, hacia atrás los frutos de la palma moriche, de cuyas semillas surgieron los hombre y mujeres de la tierra actual. De las semillas de la palma moriche el Padre Amalivaca regó toda la tierra, creó a los fundadores de Venezuela. De estas semillas no nacieron palmas sino hombres nuevos. Por estas semillas, por ese corazón, todo corazón es una semilla, bullendo es que se deshiela NUESTRA AMÉRICA actual. Algo pasó sin estar presente, bajar al río subiendo: el olvido creador. Por el pathos telúrico del que somos, estamos destinados a insurgir liminarmente desde nuestro ser autóctono (comprimido y vendado ahora, pero empujado por secretas pulsaciones que invisibles queman) y convertir lo imposible en posible. Para Martí:
“Y todo, como el diamante
Antes de luz es carbón”
Martí intuye la poética histórica del ser americano, el rocío rodando por su piel, su irrupción incausada, inesperada. El carbón arde antes de ser fuego, reivindicando la dignidad de los materiales de los que estamos hechos. Difícil es y será a quienes fueron entrenados con verdades pegadas con “tape” y educados por hacedores de encuestas (pragmáticas del cientificismo actual) comprender el sentido en lo aquí escrito. Seguro lo consideraran producto de las alucinaciones de un fabulador empedernido. Ellos cogidos y adiestrados por la racionalidad instrumental (ahora máquina tecnológica global) no comprenden que salga del marco que esta sintaxis les prescribe con toda la red de axiomas configuradores de la verdad, es decir, la verdad dominante, ¡tan dominante! Que uno no sabe si es núbil o nívea o inmaculada.
Para nuestra historia no hay que hacer historia de arriba sino historia de abajo: la que se excava con las uñas: geología. Para Arístides Rojas, amigo esencial y diálogo infinito de Martí, no le era ajena la intuición poética de lo geológico, la relación de la historia de las tierras y de los pueblos en ellas. Rojas no solo sabía de animales meteorológicos (y otras cosas), sino también del vínculo íntimo, del influjo continuo, muchas veces imperceptible, pero siempre patente de lo geológico y el carácter de los pueblos. Los pueblos son como las tierras, las montañas, algunas irrumpen, se sacuden y otras duermen plácidas (flácidas). Los pueblos de NUESTRA AMÉRICA, bailaron y bailaran siempre sobre corrientes de lava. ¡El mejor guerrero, el mejor bailarín!, tal como reza un viejo adagio chino.
Historia que es retorno en torno a lo no realizado, encuentro con un sentido posible, ¿Tierra nueva?. Debemos partir, arrancar inexorablemente de los actos fundadores, ¿Sin fondo? De los eventos geológicos y geográficos de nuestro ser: desentrañarlos. Somos producto de la composición violenta, arrebatada, portátil de nuestros pueblos, de la formación cultural imaginada, pero siempre nacida de una violación, híbrida y mestiza: India, Blanca y Negra. Historia cuyo sentido significante está a realizarse... hacia la imagen.
Para Martí, seducido por Bolívar, solo conquistaremos el pleroma, la distribución de lo que es en lo que es, si tenemos al amor como humus y principio alquímico, capaz de transmutar los valores actuales que nos cimbran y acogotan con su fuerza renovadora. Ese amor, esas semillas son nuestros mártires. Son ellos su sangre, su espíritu, con quienes podremos cambiar lo imposible en posible: “ y todo ese veneno lo hemos trocado en savia”, dirá Martí.
Sólo la fuerza del amor podrá. Las trabas y limitaciones visibles que nos paralizan y ahogan serán rompidas. Sólo la conmoción volcánica, la combustión más honda de nuestra autoctonía y mestizaje, convertirá el sueño en oro. Autoctonía cuyo sentido es , lo que nace y es propia naturaleza. Sentido alejado de lo racial simple. Para Martí, el Che y San Francisco de Asís, sólo el amor mueve: él es ciego. Mueve y transmuta el impasse histórico, mecánico, pero providencial, fatal de los elementos negativos de nuestra colonización en una acción profunda, de la Imago, la de los enlaces ocultos (vivencia oblicua dijo Lezama Lima) de la libertad originaria e inmanente de la que partimos (operari sequitur esse). Este amor, esta liaison, este “morbo” nos engendrará de nuevo y hará del sufrimiento júbilo. El semen del ser Americano es el amor. El amor no calcula, no cuenta, no sabe medir, ni tiene medida. Está vivo quien puede darse y da. NUESTRA AMÉRICA se da, se sacrifica por la libertad desde el amor que la funde en su liminar, mestiza e insurgente. O como diría Antonio Negri en su ensayo homenaje a Deleuze y Guattari: Transformación de la Negatividad: “La palabra de esperanza es común. Tenemos necesidad de un fuerte franciscanismo para entrar en el siglo XXI. En la desesperación que habitamos, ésta extraordinaria esperanza es obvia”.
Quien sabe si hoy los muertos están vivos y los vivos si no hacen (aman), están muertos. Tal vez, lo bello, lo monstruoso, no es lo desconocido sino lo conocido inminente.... En algún lugar de Caracas llamado Maracapana, incesante, sin acabar, se escucha crepitar el grito matinal de Guaicaipuro: “Ana Karina Rote, aunicon paparoto mantoro itoto manto”.