Nexos de la misma raíz

… la piedra misma se muestra a veces agitada.

Francis Ponge

 

Poetizar hacia la interioridad de sí mismo, es apostar a una indagación de las pasiones y los desvelos más recurrentes del alma y la razón, estableciendo un nexo prístino, una clarividencia bordada en piedra y piel donde la concreción del poema es el reflejo de la revelación del objeto o sujeto poetizado, entre la consciencia y la inconsciencia creativa.

El soplo de toda poesía nace del sentimiento, pero de un sentimiento contemplado e indagado a través dela intuición particular del poeta, recreando un universo que aunque los demás traten de apropiárselo sigue perteneciéndole a su intimidad.

Desde su hondura, el sentimiento poético de Gilberto Petit, plasmado en su primer poemario, Piedra sobre piel, se enlaza en una concatenación raigal de las impresiones del mundo, las pasiones amorosas y la conciencia de ser, (re)avistadas entre piedra y piel.

En su entorno lo poetizado busca un origen propio, la raíz del vuelo del ave de donde nacen los signos de lo temporal, la vivencia de las noches hasta los amaneceres. En este tránsito el poeta ilumina los caminos oscuros y más allá de la palabra el poema anuncia nuevas mañanas, amaneceres de esperanzas, avivando una pasión que subyace dormida, en un estado antianímico como una piedra estática venida de la misma raíz dadora del origen. 

Pero aquel estado antianímico del objeto-sujeto es aparente. La piedra puede ser pulverizada, derruida, desvastada por la erosión (o la pasión). Sin embargo los lazos sentimentales forman un todo, manteniendo un abrazo perpetuo formando una sola pared. La unidad no se deshace, la perpetuidad establece su evidente juego de la seducción: el ludismo de la mutua contemplación, y de allí surge la necesidad del avatar, resbalar hasta el fondo de sus poros diminutos. Llegar hasta el alma, amar y conocer los límites de la piedra, el origen en la mujer del encantado aislamiento, deshaciendo la molicie de la piel.

A través de esta vertiente poética, el tiempo se desliza animando surcos, trillando los días, yéndose hacia la flor. Ya no está la presencia de la piedra, bajo ella la piel se ha transformado en flor, pétalo es piel (o viceversa). Piel en estallido, esparcida en las manos del aire. Otra vez la referencia al vuelo, al origen. En la porosidad del tiempo en constante vuelo se busca la razón de ser. Una conciencia óntica, tanto en la pasión como en la razón, anima la poesía de Petit. Toda su urdimbre poemática avanza en esa dirección donde sus sentidos siempre están alertas a la fugacidad de las cosas, observando El árbol plantado en el aire. Esta imagen, ahíta de fulgor, remite a múltiples visiones, pero su primera analogía podría ser la del hombre sin sustento espiritual, y, alienado en si mismo, quien para poder salvarse erige en la tierra su ramaje, mientras impávido aguarda el cielo la llegada. Entrañado en su espíritu, no sabe de dónde asirse cuando los pasos en el viento esparcen / la semilla / la huella del aroma / se pierden en la noche. Contemplada así, desde la poesía de Piedra sobre piel, la vida asienta su eterna fugacidad, somos puro celaje del tiempo, cuya huella de lo vivido se hunde en el viaje sin fin de una eterna circularidad. No obstante, aún incrédulo, el poeta parece avizorar la esperanza reencarnada en la pasión, y el persistente deseo de vivir puede ser retomado en el sentimiento de amar. Entonces, en una especie de “carpe diem”, el día penetra el perfume de la noche. Y se tiene noción de la vida en el abrazo de los dos. La caricia es plasmación de la contingencia, de lo dable en la posibilidad de Ser mediante el acto amoroso: ludismo de los cuerpos ignorando la espera de Tánato a pesar del préstamo a los otros, ignorantes de una eternidad esparcida en arenas. Vuelta a la piedra erosionada: cuerpos en permanente erosión. En el gesto seminal todo se transforma, nace la metamorfosis, piedra, piel, arena: ruina sedimentada desde el inicio de la emanación de lo poético. 

En cualquier medida el Ser busca un origen propio, el surgir de poema libre de sutilezas, es su espacio idóneo, allí aprisiona o desaprisiona, la piel nos aferra a la puerta de los días / fugitivos. Pero en la medida del poema, la eternidad no tiene medida, cabalga en un espacio sin tiempo.

La vida, asentó Guillermo Díaz-Plaja, es un largo viaje hacia la muerte, todos somos náufragos de la misma nave, resbalando por la pendiente del tiempo. En este trance sólo procuramos hacer ruidos, vestirnos con los ropajes de la vanidad, la necedad y aun la frustración.

Buscando saber qué somos en la respuesta de inmemoriales piedras, apenas encontramos frutos en sabor a eternidad, cáscaras resecas aún viviendo el tiempo de la pasión. En esta suerte de Ser en sentimiento eterno, el amor es eternidad, y en el mismo instante arena del Tiempo, Juguete derramado en la brisa / hacia la orilla desde donde se puede contemplar el naufragio, viajando hacia la segura otredad instalada al final del camino.

Pero el poeta porfía, se aleja de sus semejantes, solivianta la sumisión ante lo ineludible y se entrega a copular con la palabra. En el recuento de lo vivido, salva sus naves del naufragio, asistido por la imago, es el veedor de la tribu. Su desgarramiento apasionado no es el canto del cisne, es arrebato de águila. Asalta la razón y propicia los estallidos del mundo. El deseo zarpa en su barca aventurera /suelta amarras / navega por tu seno / soplado por el viento de tu fuego: Árbol nacido de tu piel. Una pasión así sentida aviva el cuerpo, escancia la vida para que sea vida, siguiendo el sentir de Jorge Manrique. La llamarada del amor podría salvar al mundo, detenido un instante ¿Pero salvar al mundo de qué? Si es del hombre sería aceptar que él, hasta con la posibilidad de la redención por la pasión, es agente de su propia destrucción aunque escucha el crecimiento de la siembra. Asistido por su poetizar, el poeta no establece límite. Se reconoce en los demás, pero sin ser los demás: su reino es el de la poesía. En las oquedades de la palabra vive su pasión y labra la piel de los días. No niega el nacimiento de las cosas del mundo por el sentimiento de la voluntad, en Sentimiento fundador de la razón y la sinrazón, del caos y del orden. Del amor y el desamor.

Por intuición, el poeta se asoma al conocimiento, busca con el estallido del poema iluminar la oscuridad del laberinto, indaga en la aspereza de las piedras para encontrar una piel con señales de la historia verdadera, no de las hagiografías inútiles, banales inscripciones estarcidas en la arena para no decir nada. En la urdimbre del poema lo infinito está sobre el orden del mundo. Con el recuerdo siempre recurrente se forjan las imágenes y las metáforas, sustanciadoras de las visiones poemáticas de cuya profundidad emergen los sentidos para aprehender tangencialmente la elusiva irrealidad de la realidad: el Uno: la totalidad buscada. Caos u orden, establecen la otredad, la del tiempo: una cabalgadura potenciando la conciencia del yo, el sentimiento de la propiedad encontrada, distribuidos entre instantes / míos. En este decir, Petit sustenta, inocultablemente, la paternidad del poema con la raigambre de sus sentimientos tramados en la escritura.

Cuando en poesía se intenta imprimir una huella en el tiempo, la señal de esa huella no significa asir el conocimiento total, la experiencia nace de las caídas. Los tropiezos iluminan los pasos en el río, los azares de la vida de donde surge toda la conciencia de Ser. Pasión o voluntad para convivir con la devastación del tiempo.

Si alguna noción cognoscitiva podría dispensar la poesía de Gilberto Petit, sin ser esa la intención de su poética, es la de iluminar la condición de ser navegante perpetuo hacia la incertidumbre, en una apuesta donde Eros se vuelve cómplice de Tánatos, forjándole frutos para su insaciable voracidad.

Estos resplandores, provenientes de nuestras comuniones míticas, se revelan, estéticamente plasmadas, en estas páginas en vuelo donde cada metáfora es un relámpago en las imágenes del poema. Desde estas visiones, la palabra en verso se aferra al linde de su soplo, dispersos al aire: “Big Bang” de signos en rotación.