La Luz Posible / Rafael Petit Jiménez

Sí, aprehendiendo a Lezama Lima, el sistema poético del mundo es la imagen, después de leer este libro se podría deducir que el sistema poético del alma es el cuerpo y la imagen (del cuerpo, cualquier cuerpo) sería por eso que constituye el sistema poético del mundo: masa del Todo pero especificada en sus formas, en sus detalles interminables. Esto jamás ha estado detenido; nunca ha tenido sosiego, rutina, ni gozo o frustración; sólo suspenso y ludibrio.

Hay siempre un algo, cualquier algo, que una cosa tiene (o tiene) que tener, para ser de verdad-verdad en su instancia de imagen. Se trata de conscripción (física, teórica, empírica, psíquica, sígnica, visual, táctil, etc.) para sólo entonces intrincarse en la imaginación y de allí, de esa imagen en el mundo, desde esa condición de poesía en estado bruto (materia prima) aspirar a ser alguna vez escogida y transformada en poema; ser llevada a una página, a un verso, a un ensamble de bienes de la voz y la lengua en su arte.

Cualquier irrupción espacial de un suceso (imagen) obliga a una lugarización (móvil o no) de un ámbito envuelto en su propia propiedad y, desde ahí, al ser mirado y/o sentido, impone su traslado a un sitio de la geografía emocional de quién lo mira o lo siente. O, lo que aparentemente sería igual, es trasladado de su ámbito al ámbito sentimental y mental de quién mira, que es lo que impregna la presencia del suceso con las costumbres, oficiales o no, de quién siente al mirar o tocar.

Hasta que son una mirada y un sentimiento distintos a su momento los que se tropiezan con las cosas, los sucesos. Viniendo de revés, al poetizar o poematizar, incluso los ámbitos físicos de lugar (distancia, cercanía, bosquejo, aire, atmósfera, ambiente, clima, etc.) hacen suceder un sisma en las costumbres mentales y espirituales de las sensaciones, cuya sismografía segrega la geometría de las emociones conocidas, deshaciéndoles la rigidez de concepto habitual, para ir a regarlas por el cuerpo y la mente con otras, distintas y desconocidas, formas de emocionalidad personales.

El nombre y no el número, parece el más primitivo modo abstracto de localización. El adjetivo tampoco localiza sus razones sino dispone de un nombre para hacerlo. Incluso, número y adjetivo adquieren su localización porque tienen un nombre que los enfoca. Son puntos marcados provistos de nombre y sólo desde esta marca pueden poner su acción en competencia. Inclinados a calificar y a especificar un cuerpo, van convirtiéndose a sí mismos en sucesos que intentan aproximar otro suceso: lo que creemos que es aquello visto o sentido en los demás cuerpos y desde ellos. La palabra ahí, en ese momento, busca e intenta –quiere- ser el suceso, pero no siempre lo logra. El nombre, siendo el modo más inicial de localización, de pista hacia lo que queremos capturar, puede a su vez convertirse en un cruce constante de extravíos, en un laberinto de disfraces y en su lugar aparece un sonido sitiado por convergencias recrecidas conformando despistajes o nidos de serpientes enfurecidas: los significados falsos construidos con verdades prefabricadas. Así, junto al suceso –al hecho-  que ha superado la imposibilidad de ser, la palabra que lo nombra también se vuelve un imposible que debe ser convertido en posible, ateniéndose a la exigencia de transformar todo lo existente en inexistente y la mentalidad y la sensibilidad de ayer en la mentalidad y la sensibilidad de hoy; es decir, sentir la nueva actuante dilatando sus pétalos contra la tozudez y la senectud de un aire actual cargado de fósiles semánticos y de sensaciones muertas, escatológicas, pero dominantes e imponentes.

Al nacer esta juventud, enamorada por supuesto de sentir a su manera, cesa (para la vejez rabiosa aún de muchos jóvenes) la sucesión de manipulaciones; el vivir destinados a construirse aplicaciones que los conduzcan siempre (como a los ancianos) a tener toda la razón en sus manos, de todas las trayectorias.

Es cuando sale de la sombra una luz: la muchacha más pequeña y más pequeña y más jóven, más llena de rocío y más inocente, conteniendo la expresión más descabellada, la frase que calcina los mapas: ¡No existen trayectorias!. Y en la misma inocencia, inocencia que no tiene nada de iluso, se inclina y comienza a aunar su precisión; a armarla y organizarla para abrirla y cerrarla donde y cuando quiera. Se abre así otra vez la luz posible: reconciliación con las demás cosas en lo visible y anhelo de lo invisible por llegar a (ser en) lo visible, a través de una visibilidad no visual sino de todo el cuerpo destejiéndose y distinguiéndose del resto del mundo.

Este suceso único, personal, mientras más subversivo, desobediente, iconoclasta sea, más profundizará la catástrofe que cause a la arqueología senil anquilosada sobre sí y más vehemente volverá la belleza que produzca. También, este suceso, mientras más emerja de una desobediencia extrema, más transformará el resto de los sucesos del mundo y, a partir de entonces, más los hará requerir de otra interpretación y de otro nombre, puesto que ya dejarían de ser imposibles para plasmarse en  posibles en el acto del hecho: su ser.

Esta excentricidad, que partiendo de cualquier parte, parte del centro (el ser no tiene centro), es la que impone las otras lecturas y escrituras de las sensaciones y las emociones en su estado de suceso y proceso, en su sucesión de captura y sufrimiento; es decir, de conversión a un nuevo tiempo (todo tiempo es un invento del hombre), otro tiempo, que ya viene, existe, en el rocío del inicio. Ahí todo es matinal.

Imbuído en esta atemporalidad, que no niega la historia y además la hace, el poeta de “La luz posible” murió siendo un niño, vivió cincuenta y tres años siendo un niño y murió sin haber terminado de descuajarse el rocío. Dejó sus pedazos entre cada una de las fauces que se acercaron a devorarlo e hizo de ser devorado (tuvo que hacerlo) un oficio: el oficio de carne entre jauría. Y ese estado, que no puede ser en si un estado amoroso, lo condujo también al oficio del amor tras la moledura de cada dentellada. Esa fue su excentricidad. Ahí comenzó la razón de ser (o religión) de su entrega como angustia, hasta llegar (agónico) a la cosa más insignificante: el poema.

 

“El abismo encontró el alba

   entre las rocas”

                       

El sentimiento no es sólo siempre un motor práctico, a veces se torna teórico y hace que empiece a suceder una enigmática carencia de sentido: “Esta manera de ser/ espacio/ ocupado/ entre sonidos. / Únicamente/ oyendo viajar la sangre comprimida. / Fatiga/ de la búsqueda/ de la estatura deseada. / Llena de lamento entre las hojas/ en el transcurso amargo de la savia/ sumergida/ es esa sola manera de ser/ espacio/ en surtidor./”…es ese momento cuando el sentimiento sale y quiere fertilizar un comienzo, quiere inmiscuirse en sus capacidades irracionales pero cognoscentes y desde esa ansiedad cree (y tiene fe) en poder transformar, destruyendo y construyendo, todas las formas y estructuras de rutina:

 

“¿Perdido el vuelo

tras los imposibles

 no refulge una alborada … ?”

 

…es ese mismo día cuando los imposibles se convierten en la única razón de vivir y, de ese vivir, aún a pesar del miedo, emerge el valor suicida de intentar enfrentarlos; es decir, lo imposible afrontando la necesidad (vital del sentimiento) de ser posible, no pudiendo ahorrarse el vértigo ni la angustia de ascender cayendo al vacío: “Amada/ sólo el alma/ sube de los vacíos/ sus peldaños/ hacia los huracanes de murallas. /”

Ese mismo día, puede ocurrir en la mañana o tal vez en la tarde y siempre será en su noche, aparece el mismo sentimiento pero desde su fertilización máxima: el amor.

“Tu sonrisa hizo pasar la noche/ y fijó la dura mañana de mis huesos/ abrió las caricias de mi tronco/ en la boca/ ansiosa de presencia. / Siguió tras el fuego/ la ahora claridad de mis huesos/ mezclados/ golpeados por la tierra. / Unió surcos y deseos, rompió/ la mirada del secreto/ prisionero/ en el enjambre/ de tu cuerpo…/

Si el estado amoroso, en su angustia, es esa palabra que busca unirse a un oído, a una piel, y desde ahí hacer sentir la sensación más secreta. Si es esa sensación angustiada donde la palabra luego se mete en los jadeos para ahí realizarse y, si es ese sitio, donde la lengua busca hacer sentir, extrayendo, la sensación más caótica que nos entrega a quien amamos, aunque finalice de golpe, entonces es cierto que “…hace pasar la noche, …abre la claridad de los huesos …y rompe la mirada del secreto en el enjambre de otro cuerpo …”

Lingüística y sentimentalmente, parece que todo lo inicia la fuerte y oscura sugestión de una frase, siempre suave en su pronunciación. A un árbol lo derriba una centella si esta le cae en la raíz; igual pasa con esas expresiones: traspasan, desarraigan, o cruzan anudando, las raíces: “Anoche el sol apareció de pronto/ blanco/ echó/ miel vieja/ arrugas rojas. / Sentí el aguijón/ la llama/ el agua/ la boca/ la caricia de nuevo en surtidor/ que lacera el grito en la raíz. / …”

Esta enredadera acaba con el mito del aislamiento creador, nada ni nadie puede apartarse para crear su obra, toda obra tiene corazón común, tiene que atenerse a la comunión de todos. Sólo el amor discrimina, nos hace diferentes, nos aparta del resto para pertenecer (por vías de la aceptación) a alguien, quien además nos conquista y nos invade sin previo consentimiento. Pero este amor sólo es amor, deduce este libro, cuando el alma logra distribuirlo en lo que siente (un cuerpo) y conformarlo en su deseo (otro cuerpo). Esta sería la prueba y el premio; un cuerpo para sufrir y el mismo cuerpo para sentir, sin sufrir.

“Sólo el alma sube de los vacíos sus peldaños …Amada …Baña/ inunda mi quietud/ …de movimientos/ enlaza/ mis ramas con tus ramas/ …La evasión no existe/ en el cuerpo/ …”

Quien ama, y más si ama a quien las circunstancias o las leyes quieren tornarle imposible, se vuelve eso: una tempestad metida entre unos muros, una hecatombe comprimida entre un cuerpo…

…la tendencia es sentir que todo a su alrededor se convierte en una legión de cosas enemigas, conflictivas, sinuosas. Siente por todos lados una burla llena de indignación o de dolor que lo desgarra. No puede poner a conversar su cuerpo con su alma debido a que ya no está dividido en dos y ambos, cuerpo y alma, además de una sola voz ya son un solo oído. La cabeza y lo pensado ahí, no hacen más que irse por precipicios sin poder devolverse y sin poder frenar. Quien siente ese amor, y más si pugna por hacerlo posible, es lo que el ímpetu de su capacidad de amar ha querido que sea: el sitio donde cae y se incrusta la punta de la flecha.

 “Llama, flecha …llama sedienta del jugo de una frente triste…”

Las visiones de quien ama son especies como de cartas anárquicas; códigos indescifrables, pero sentidos, de una amante extranjera que habla otra lengua. Es la vertiente matutina, amor que madruga, para una nueva habla: la de sentir posible hoy, lo imposible de ayer o de mañana; es decir, sacar de la agonía el amor el valor de volar hacia esos códigos desconocidos: “Mi trueno rasgado por el iris/ lanza al vuelo las aves  dormidas./ Parpadeante irrumpe hacia lo oscuro/ donde tu imán me estruja."

Y ese “hacia lo oscuro”, se convierte en el único lugar de “saber no sabiendo” y en el primer itinerario de la “amada en el amado transformada”. Es una indigestión amorosa (y sin saberlo poética) de la cultura: el amor nos obliga a organizar el mundo de otra manera: por vías de la entrega y de los celos, por vías del sentir así queramos y tengamos que pensar. La inteligencia es culta, el amor es salvaje; las costumbres hacen una cultura, el amor a cada rato las derrumba, las aniquila o las transforma apareciendo donde y cuando no debe para los intereses de esas costumbres y de esa cultura. El amor come leyendas, se alimenta de ellas; la costumbre se alimenta de la práctica y, de la práctica en su expresión más extrema, la rutina. Con el amor uno queda obligado a descubrir en plena oscuridad (y amor es subversión) que el sistema poético del alma es el cuerpo y, además, en cada caso, sólo un cuerpo. El amor es la utopía (posible) del corazón común; es capaz de todo aún frente al miedo. Busca la liaison, el enlace, el anillaje de una comunidad de corazón que jamás le parecerá imposible y la que sólo podrá cambiar, su desenlace deseado, cuando aparece desde afuera, desde las leyes o las costumbres, lo que viene a cercenar su fe y su inocencia: la tragedia.

“…comprendí el valor del fuego/ y de la nieve./ Tus orillas golpearon/ ecos/ adheridos a mis dedos./ Libertad y búsqueda morían/ en las gotas quemadas/ del tronco huído…/”

A quien ama no hace falta apuntarlo, siempre es un blanco fácil y aún cuando se mueva sigue estando fijo en su desastre: esta es la ventaja de la tragedia, del perseguidor y de la espada de Damocles. Lo sagrado de su amor impide a los amantes moverse de su amor y, en ese amor, la voluntad de amar tiene que mezclarse a otras fuerzas, incluso a la debilidad, cuando se siente miedo. Es inútil buscarle las causas a ese incendio: el amor prende solo. Arde por su cuenta.

 “En este lugar/ donde lleno cada espacio/ activo la flama de tu ausencia …y si no llegaras/ flamígera espina/ oiré a mi cuarto: / ella se hizo éter./”

                        …es cuando lo amado se pierde o está metido en una inaccesibilidad absoluta:

“…frente a la mirada casi perdida/ la inquietante añoranza se desprende./ Mis ojos interrogan:/ ¿Toda ilusión se pierde?/ ¿El intento vital es un vacío?/ Y el encuentro, la cercanía./ ¿La búsqueda sin huellas/ no entrega/ donde colgar el tiempo?/ ¿Perdido el vuelo/ tras los imposibles/ no refulge una alborada…?” …es cuando el despliegue de ese ser , cualquier Petit Jiménez, se transmuta en puro dolor: “Este dolor/ nacido íntimo/ es causa de mi despliegue triste./ Regadío de maromas de agujas frías./ Queja/ que se clava en la cresta …Siento tus besos/ mazazos de lejanía.”

El amor supera (trasciende) el canibalismo sexual y aún el erótico; sigue mientras más ausente esté lo amado, amándolo. Quien ama puede estar incluso en otra entrega corporal, sexual común y corriente, vivir el resto de su vida al lado de otra vida pero siempre tendrá la naturaleza de su espíritu, anclada a la añoranza de aquel momento: lo amado. Puede llegar a querer, a respetar y sentir a otro cuerpo por costumbre, pero siempre sobrevendrá el sobresalto: la figura de lo amado, sus gestos, su risa, su habla.

 

“suelta amada

tus hebras sobre mi rostro

contra mi rostro

déjalas dormir como cascada.

 

 la savia calurosa de los sueños.

Anuda tus ramas y las alas

al cuello de mi muerte temprana

para dejar el gozo de mis manos

y el dolor de los puntos

allí izados ”     

  

“Más allá de la muerte”, o aún al lado de otro ser, el corazón (que es cuerpo) le canta en silencio desde adentro del cuerpo a quien se ha amado: “No hay nada que te abrigue más/ que mis pensamientos./ Ellos son armonía en silencio./ …Tus lágrimas opacas van surgiendo del mar/ tu mirada se pierde tras el eco en la mía/ es mi barco que hala la nave de tus gotas/ ladrón de tus pupilas pirateando tu llanto.”

El amor no olvida, sólo recuerda y siempre con insistencia recuerda. No se borra: solamente que no se ve, cada vez se hace más subterráneo, más interno, más íntimo y al alejarse, al desaparecer definitivamente lo amado, se convierte en reliquia.

El sistema poético del alma es el cuerpo; este cuerpo es su riesgo y su equilibrio hasta agotarlo, consumirlo o perderlo. El comercio y las estrategias de pánico estarán constantemente diseminadas y agazapadas por todos los caminos de ese riesgo. Allí donde la necesidad y el deseo no puedan separarse, será donde más insistan los peligros. La ausencia –la muerte- la tragedia, son enemigos del amor y de su cuerpo: aniquilan sus ímpetus, le imponen parálisis cercenando sus órganos, separándolos.

Esos órganos separados, esos amantes separados, esos corazones lisiados ahora sólo podrán querer y ya no vivirán más situaciones límites: amar.

Pero el amor, siendo poesía, en sí no es poema. Para ser escogido y transformado en poema, para aspirar a ser llevado a la página, a un verso, a un ensamble de bienes de la voz y la lengua en su arte, requiere de la posibilidad de un poeta, de una escritura y de una expresión, una lengua. Requiere ser capturado, dar su ser, en la palabra suspendida con ese ser en el verso.

 

“…Cuando el círculo ruede, revuelva

y en él, rocas y aguas salten

retozará en los labios

e incesante

“…El manto deslizará otra vez

la otredad encendida.”

La poesía o una veta poética cualquiera, en un poema, puede tomar el aspecto y la forma que la seduce sólo si su hacedor, su poeta, puede tras y con el dominio del lenguaje, permitirle lograr que llegue hasta esa forma. Antes apenas es palpitación o querencia. Nada determina a nada y mucho menos el hecho poético ante la acción de un  poeta. La obra poética en el caso de su calidad no está determinada, aunque dependa, de las ideas o sentimientos que busque o logre patentizar. Esa calidad-sólo será posible a través del dominio poemático y poético del hacedor del poema.

Tal vez esta condición, impuesta por la creatividad, la de no tener otra finalidad última que la culminación del objeto artístico en sí, es la causa del nido de trabas que el amor atraviesa a la escritura poética a la hora de expresarse. Cuando surge el amor, también él se convierte en la última finalidad de quien lo siente, incluyendo a quien lo busca sólo como material para su obra. Este enfrentamiento de finalidades últimas (amor Vs obra) carece de consideraciones y, a la final, solamente dejará al objeto artístico ser en el amor y a este ser en el poema sí la creación y lo sentido coinciden autobiográficamente; es decir, si en un mismo cuerpo se desencadenan ambos: una gran escritura y un amor  vehemente. Puede entonces ser posible la luz: una poematización incapaz de neutralizar el corazón personal y que convierte a este, a través del poeta, en escribiente.

Así obsesión o destino, la coincidencia de un amor con la finalidad de una obra, no reduce  la obra a una elaboración del sentimiento, sino que convierte a ese sentimiento en una irrupción que asalta la obra desde adentro. Trasvasa los azares, las desgarraduras y las delicias amorosas a la fijeza entrecomillada y decidida del poema. Los azares de la persona poeta, quien escribe, se convierten ahora en los azares del poema. Eclosiona una poética que capaz de controlar al antiliterario corazón pero que tampoco puede ni deja prescindir de los aperos y manías del oficio.

Vuelve ahora de nuevo todo a reunirse: el sistema poético del alma es el cuerpo y, en este caso, el cuerpo del poema. Sin este cuerpo no habría plasmación, sin esa hechura no habría hecho posible trasponiéndose a lo imposible como minuto o instante anterior al acto: la posibilidad.

 

 “ La humilde verdura culmina la montaña.

Agotada.

Vencedora.”

 

Y vuelve ahora también el cuerpo, el de la carne amante, otra vez a concentrarse, a re(volcar)se, de nuevo en la voz y en lo sentido.

 

“ No llenes de vacíos

las gotas de mi llanto

¡no ves u entonces

Trino!

 

Y esto sentido, llovedizo, también re-vuelca su concentración: “…volviendo a concentrar las avispas/ de tu cuerpo./”…y retorna, ahora directo, hacia el centro del cuerpo de lo amado, para especificarlo:

“ Anoche

fuiste transparencia

oí tu grito

metido entre las sábanas

tu centro.

Aura …

espuma … río …

Bebí el dolor

cascado

en el lamento

al morder el bosque de tu sombra.”

 

Romper la soledad de la letra para que sea posible el poema, siempre implica algo más que anudar la sensación de un sentido. Es ese momento cuando el sentimiento incita una rebelión semántica y, superando el extravío, convierte a las palabras en un campo de fuerzas que lo contienen, lo dan, lo plasman en su ser.

 

“…Era el blanco que

al cantar

desaparecía

acertado …

… Allí ví irrumpir

lunares

en mi ser.”

 

Y es ahí, en ese acto, cuando aparece (se da) en la vida misma el poema: “… Cosas agresivas/ conformando con furia sus paisajes./ Aún el de la suavidad.”

Esta experiencia sensible configura por supuesto una experiencia cultural que se nos aparece en sus formas, sensaciones, etc., pero quien escribe (es decir, en este caso quien siente) volverá a la razón de ser de su sentimiento; o lo que es igual, a su escritura más allá de la escritura y de la cultura.

 

“ Sólo el anhelo por tu imagen

crea el reclamo …”

 

Y esa materia (su amor) lo vuelve a entregar al desafío: hacer apresable la sustancia inapresable y a volver posible lo imposible. Sólo rompiendo esa oscuridad podrá reconocerse y reconciliarse con las demás cosas; saberse fragmento ante la otredad encendida y fragmento que hiere y es herido.

 

“ En el aire se eleva

un instante

tallado

y

roto. Yo.

-Rodando entre tus pasos-

alumbrando

en el bermejo verano

la riega

de los recelos quietos

escondidos

en la tempestad.

El otro.”

 

Esta rotura, siendo la exaltación o la depresión lo que la produce, ya no  dejará de estar rota. La otredad y el otro ya nunca podrán dejar de serlo en ninguna instancia, ni siquiera en la más íntima. El mismo canibalismo erótico del amor que transmuta lo que vive y goza estará impedido para apropiárselo. Este es su trauma; el manjar continúa intacto, no traspasa los labios, la piel, las manos.

“ …aún de piedra seguirás / añorando. / De roca tendrás labios / costado / …/ Las palabras fabricaron todas las quimeras. / Forjando en ti / por mi alma rota / el tiempo / y mi desnudez / de aquella hora. / Desnudos en la mente / nuestros cuerpos huían / en el cuerpo de otros.”

Esta huída corporal y espiritual interminable tendrá variables pero será constante. Aún allí en la cercanía mas propia, en el anillaje mismo de los cuerpos y almas amantes, estará intacta: “Siento tus besos / mazazos de lejanía” …y a pesar de que “el misterio ha sido derribado” …y “…el vuelo se hace visible; apareciste” …solo aparece “…lo que por fin alegra mi mirada. Tu cara.” Es decir, otra cara. Aún “…en el amanecer …cuando no escondes en los párpados nada”, otra cara que sostiene “…la lágrima surgiendo todo el tiempo de sombras …”

La distancia se acomoda, simula; simplemente adquiere otros matices pero sigue siendo distancia insalvable: el otro o lo otro estará allí; incluso en el abrazo y en el beso más encendido, más fusionante, sigue siendo lo otro:

 

“…Casa

de mis escarpaduras…”

 

Por eso lo más frustrante y angustiante en el amor es que la eyaculación no sea eterna. Su instantaneidad destraza la entrega y la convierte en sexualidad, lo que abre cabida a lo promiscuo. Ese sexo ya ahí, digno o no, puede ser hasta un oficio o una descarga más o menos apetecible y amar puede-ser-no-necesario para esto.

Esta inapresabilidad, esta imposibilidad, sólo cederán ante la entrega; únicamente reconciliarán las demás cosas con quien haga posible esa luz: la entrega amorosa. Es en ese ámbito activo de darse lo amado, lo otro, donde pueden trasponerse los imposibles y ser llevados por la acción, al acto de ser posibles. No se trata, se desprende de este libro, de anular la rotura con una explicación, una lógica, sino de consumar en lo roto (el cuerpo) el sistema poético del alma: lo que se siente y se hace en ese intento asiduo de dejar de ser extraño a otredad. Es decir, no tener claves ocultas ante ella, ante lo otro, ni zonas cerradas adentro de la imagen propia, esa imagen que (con-)forma parte del sistema poético del mundo. Dicho de otra manera: no se trataría de conquistar la realidad o el criterio que tengamos de ella, sino de entregársele y transformarla (hacerla posible) al transformarnos. En eso consistiría la resistencia y la acción del acto amoroso: la luz posible: dejar que lo otro (lo amado) sea, a través de uno ser al amar.

 

“Mi silencio estatuario

jugará

con la arena metida en tus cabellos

si acaricias

la misma arena metida entre los míos.

Si el mar te manosea

 son manos de mi boca.”

 

"Mírame en silencio

atraviesa

pálpame

abrasa mi regreso

dame la mano y ríe

hazle cariño al quiebre de mi voz que casi llora.

Déjate morder por mi ansiedad

despedaza con tu hablar este silencio …”

 

Rafael Petit Jiménez murió siendo un niño, vivió cincuenta y tres años siendo un niño y murió sin haber terminado de descuajarse el rocío. Dejó sus pedazos entre las fauces que se acercaron a devorarlo y, desde ese ser devorado, fue tejiendo la posibilidad de su obra en una poética: la de la posibilidad.

 

“La oscuridad ataca.

Una legión de besos

cae 

sobre mi cuerpo

cuando apago la luz

y tu risa

me despide la vista.”

 

  

10 de Diciembre de 1990