Las colecciones derramadas del ánfora

 

Una vasija de cobre, envasada con papeles de madera virgen, en la atmósfera porosa de una editorial alternativa, exhala aroma de lozana resina, almizcles de un lagar multiplicado en grafías de sustantivas resonancias: letras enhebradas en disimiles palabras, vertidas en representaciones simbólicas a través de un lenguaje descontaminado. Miríadas de lexemas lingüísticos germinan sus metamorfosis, –después de su gestación original de manuscrito–, en libros de características concretas, concebidos en páginas y portadas impresas, susceptibles a la mimesis de los encantos del Jardín de las Delicias de Jerónimo El Bosco. Seguidamente conviene la tonsura del objeto libro: volumen de hojas de papel entre dos tapas de cartón de provecho universal. Este artilugio convoca a instruir o a deleitar, en virtud de las nociones de su contenido, elementos insertos en una colección determinada, según el género natural de la obra escrita: cuentos, novelas, ensayos, poesía, teatro. Más tardes, las imágenes y los conceptos de esos mismos papeles devienen páginas entrevistas en los nuevos sueños de una ineludible marcha hacia atrás, en busca de las ineluctables reminiscencias, gestos transgresores, de ciertos irreverentes y empecinados editores de cartularios ebrios y sobrios, todavía algunos mancomunados en el tiempo de las trazas, sin necesidad de transmutarse en magos proféticos.    

        Desde un principio, cuando aquel grupo de artistas amantes de la ficción, las artes, el ensayo y la poesía, convocados con la ilusión de ver sus primeros papeles claramente elaborados, plasmados en tinta y papel, se propuso insuflarle aliento al Fondo Editorial Ambrosía, con la pretenciosa aprehensión de apoderase –como Prometeo del fuego–, del manjar de los dioses, poseían ciertas nociones de los métodos de conducir optimistas la nave de los libros a través de las procelosas marejadas de los clanes editoriales. Merced a su saber de Ulises, navegaron con la suerte a su favor en contra de los endriagos territoriales.   

Por fortuna, las quiméricas olímpicas no reaccionaron furiosas ante el atrevimiento de los osados de apropiarse del significado de su alimento primordial. Más bien permitieron a los audaces argonautas, otras libertades creativas, entre ellas imprimir en metáforas de oro de Vellocino, los nombres de las colecciones seleccionadas para designar la distinción de los libros publicados en el género correspondiente, amparados por las tres gotas derramadas del ánfora ritual de Ambrosía, en su primera incursión de festiva aventura ex libris.  

Diligentes complicidades, entre la alfaguara simbólica del lenguaje, permitieron abrir los baúles de papeles amarillentos, (otros no tantos) dispuestos por los momoyes en señal de aquiescencia, transformadas en serie de colecciones literarias por derecho de ambrosía. Entonces, en el trajín editorial, en abrigo narrativo, entre la floresta de la virginidad, surgió la Niña vegetal, concebida en embeleso de escritura por Oscar Guaramato, un fino fabulador autóctono de seductivos trazos poéticos. A través de los ríos comunicantes de las corrientes poemáticas, Trilce, la obra cumbre del poeta peruano César Vallejo, señala el resguardo de la poesía en la gruta sensitiva de la anafórica ambrosía, apetecida por su legión de ignaros lectores. Los horizontes del ensayo, entre fulgores lezamanianos, obtuvieron resguardos en La máscara, la transparencia, un libro suscitado por las apreciaciones críticas del poeta venezolano Guillermo Sucre. El continuo empeño en la escritura de ficción, encuentra en La otra vertiente de la isla de Robinsón la posibilidad de publicación para escritoras y escritores con nuevos libros en las alforjas de sus particulares urdimbres literarias. La producción de obras dramatúrgicas, las congrega la colección Acto cultural, art dramático del autor teatral, José Ignacio Cabrujas, un caraqueño conocedor del fascinante teatro del mundo, como Shakespeare o Calderón. Los escenarios apasionantes de la novela obtienen de Apolo, abrigador de los seres imaginarios, los placeres del escudo de plata de la Palabra Proteica, tensada en armonía y desequilibrio, en el prodigio de la multiplicidad del dios griego Proteo, caracterizado en la metamorfosis de las formas de los más intrépidos corpus novelísticos, en un apto tributo conceptual del escritor mexicano Sergio Pitol.

A través de sus impecables seis colecciones, los libros editados por el Fondo Editorial Ambrosía, trazan un periplo de estimables logros. Alcances, sin embargo, de una consciente tenacidad vulnerable. Las obras publicadas continúan presentes, pueden exhibirse orgullosas en cualquier stand de feria libresca, vitrina de librerías o bibliotecas. Pronto otros textos accederán a la luz de la expresión escrita, con toda la sustancia de su insoslayable imaginería, ajustada en consecuencias a las reflexivas Opiniones del Gato Murr: vamos con buen viento, maese Kreisler, en caso de recordar a E. T. A Hoffmann, quizá encubierto en las incidencias de esta breve arqueología en torno a las bacanas colecciones de esta magnífica ambrosía editorial.